Rotterdam 2022: entre la ironía y la participación argentina
El comienzo del Festival Internacional de Cine de Rotterdam, meca de lo más nuevo y joven del séptimo arte, coincidió con la reapertura de salas en Holanda pero permanece virtual. Las películas argentinas en la muestra.
Casi una burla del destino. Tras la decisión del Festival de Rotterdam (IFFR) de pasar a un formato exclusivamente virtual, el 26 de enero (día de su comienzo) se reabrieron las salas de cine en Holanda. Así, la baja de la película de apertura inicialmente anunciada (Along the way, de la local Mijke de Jong), terminó mutando en el anuncio de que su premier mundial tendrá lugar "en el marco del festival" en salas de Rotterdam, Amsterdam, Hilversum y Groningen.
En este contexto surrealista que provocan los cambios constantes y la insistencia de algunas administraciones en aplicar medidas difíciles de entender si se mira lo que sucede en otros países de Europa (contrastan en este sentido los anuncios de la Berlinale frente a lo que sucede, por ejemplo, en Dinamarca o el Reino Unido), la que finalmente fue la película de apertura parece una decisión acertada. Please baby please, de la música y realizadora Amanda Kramer (de quien también se realiza una retrospectiva) podría definirse como una "comedia musical degenerada" si las etiquetas sirven para algo. Lo genérico aplica aquí en múltiples sentidos: el interés principal de Kramer, que desde lo formal explota el technicolor iluminado por un neón que remite a los ochenta, es poner en litigio las supuestas pertenencias y ciertos lugares comunes que se relacionan con las derivas vitales y sexuales de sus protagonistas.
Un disfrutable viaje al pasado con los ojos del presente que dialoga muy adecuadamente con el cortometraje escogido para el inicio del IFFR: Stranger than Rotterdam with Sara Driver, de Lewie Kloster. Con una animación muy básica y funcional se reconstruye el modo en que pudo finalmente filmarse Stranger than paradise de Jim Jarmusch. Otra vez principios de los ochentas, tiempos de viajes transoceánicos cargando latas de 35 mm, en este caso del film maldito Cocksucker blues, de Robert Frank, que retrataba los excesos de los Rolling Stones en gira. La conexión entre estos eventos se vincula con el modo en el que se programa o apoya una película, circunstancia que muchas veces se produce de una manera que vista tiempo después puede parecer mágica o caprichosa. Pero tras su paso en versión de corto por Rotterdam en 1983, Jarmusch pudo terminar el largometraje que se presentó en Cannes al año siguiente. Azar, perseverancia y delirio en la génesis de una obra seminal de cierto cine independiente. Muy a tono con la actualidad y con la propia esencia del Festival de Rotterdam.
Si bien el público local puede acceder de manera virtual a una cincuentena de films (con geolocalización en Holanda), la oferta para los profesionales y la prensa que participan del Festival de Rotterdam (IFFR) llega casi a los 200 títulos. Este parece el "número mágico" que los grandes festivales entienden adecuado en las nuevas circunstancias. Claramente inferior al previo a la pandemia pero aparente "mínimo indispensable" para garantizar cierto músculo y generar el ámbito propicio para dar lugar a propuestas diversas y heterogéneas. 194 es el número exacto de películas, de las cuales aproximadamente la mitad son cortos y mediometrajes.
En este contexto, la acotada presencia argentina en esta muy particular edición del IFFR se integra perfectamente. En una sección paralela puede verse la última obra del marplatense Mauro Andrizzi (En el futuro, Accidentes gloriosos), Disorder. Nueva York es la protagonista de esta obra que en 28 minutos nos transporta formal y temáticamente a los ochentas del siglo pasado en una ciudad muy distinta a la actual. El juego con las imágenes y las texturas se transfiguran en una deriva en las que conviven el levante callejero y el crimen, la belleza y la mugre. Mucho del no wave cinema en lo que constituye una expresión contemporánea de ese movimiento y no un (otro) insípido homenaje.
Por su parte en la abundante y proteica sección Harbour (de la que participan por ejemplo las últimas películas de Mathieu Amalric, Terence Davies, Takashi Miike y las laureadas en el último Festival Internacional de cine de Mar del Plata Hit de Road de Panah Panahi y Quién lo impide de Jonás Trueba) puede verse Corsini interpreta a Blomberg y Maciel, de Mariano Llinás. Tras Concierto para la batalla de El Tala (BAFICI 2021), Llinás vuelve a la música haciendo foco en quién para él es el mejor cantante de tango, vinculando su obra con la mirada sobre el conflicto entre unitarios y federales. Hay mucho humor (y respuesta a algunas críticas recibidas respecto de Concierto…) en una propuesta que no deja de ser, a su manera, una comedia musical. Se advierte la impronta de Mendilaharzu (miembro del colectivo El pampero, aquí co-guionista y encargado de la cámara), que se evidencia en el ritmo, los cambios de registro y el tono lúdico más marcado. Hermosa música, humor que no pierde el filo y una mirada que se corre de los lugares de aquella otra gran grieta cuyas consecuencias se perciben hasta el presente. De lo más interesante del IFFR.