El mundo ya cambió. Un nuevo orden sin demasiadas precisiones fue anunciado esta semana por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante el Business Roundtable’s CEO Quarterly Meeting, un encuentro con empresarios en la Casa Blanca.
China y Rusia, sus dos potencias rivales, dicen lo mismo y no ocultan que las características de lo que viene se disputa en el resbaladizo terreno de las estepas ucranianas y las monótonas llanuras de Europa del Este.
La India, el otro gran actor demográfico de escala global, tomó nota y comienza a redefinir su estrategia. Occidente, Corea y Japón se abroquelan para enfrentar el nuevo desafío. En ese contexto, vuelven a Sudamérica las hipótesis de conflicto militar.
Sí, por más que no nos guste y hayamos querido desterrarlas para siempre, el mundo empuja a ello.
Brasil explora acuerdos para continuar desarrollando su industria bélica nuclear con audacia; Chile, país que nunca pasó a inventario a sus Fuerzas Armadas como sí lo hicieron extrañamente sus vecinos, se prepara de la mano de Estados Unidos para algún tipo de conflicto interno o en sus fronteras.
Argentina, mientras tanto, asiste impávida al furioso rearme británico en el Atlántico Sur, con las mismas capacidades armamentísticas que recién ahora la OTAN considera desplegar en Polonia ante el avance ruso. Todo esto está sucediendo aquí, al lado nuestro. Hora de dar vuelta la página y rediseñar una estrategia.
Desde ya
América latina sufrirá un profundo reacomodamiento: se terminó la ventana de 30 años durante la que la región se mantuvo alejada de los conflictos del mundo y jugaba a la fantasía de la isla de paz.
El apetito por los recursos naturales de los grandes bloques emergentes y la imposición de alineamientos serán una constante. La disputa es global y la región no quedará al margen, se deberá maniobrar en terreno incómodo.
Toda crisis es una oportunidad. Y ésta, sin dudas inevitable, puede servir a la Argentina para redefinir su rol regional. Por supuesto, las capacidades instaladas en el territorio no son suficientes para competir con las grandes potencias.
Pero a diferencia de los otros países de la región, Argentina posee un desarrollo industrial, tecnológico y de recursos humanos, que le permitirían, si se lo propone, colocarse en un plazo de tiempo relativamente breve a la altura de los desafíos.
Argentina combina interesantes capacidades espaciales, nucleares y digitales, hoy dispersas. Reunirlas en pos de un objetivo estratégico nacional es la tarea irrenunciable de la política.
El rearme y la modernización de las Fuerzas Armadas de forma planificada permitiría orientar las capacidades argentinas y potenciarlas. Esto además habilitará el desarrollo de recursos naturales hoy subexplotados por el retardatario discurso ambientalista e indigenista, generosamente financiado desde el exterior.
También permitirá discernir con más claridad, qué actividades vale la pena subsidiar y cuáles no, generando más racionalidad en la administración de los recursos.
Mirar sin hacer nada cómo Brasil construye submarinos nucleares, el Reino Unido instala su sistema misilístico Sky Sabre en Malvinas o Chile estimula a los mapuches a tomar territorios en Argentina, no es una opción. Es hora de dar vuelta la página de la relación del poder político con el militar y planificar en serio un proyecto nacional que oriente recursos y capacidades a la defensa efectiva de la soberanía.