NEUROCIENCIA

Amor y cerebro

En la lucha entre la razón y la emoción se encuentra nuestro alter ego que, a veces, nos hace enamorar de la persona equivocada

Ibrusco

"El amor es lo mejor y, al mismo tiempo, lo peor del mundo"

Jorge Amado

 

El amor es una emoción muy difícil de catalogar, aunque podría cumplir un rol instintivo en la conformación de lo gregario. Es una de las funciones más estudiadas pero a la vez con conclusiones más confusas sobre la relación entre el cerebro y el amor. Para desarrollar este tema podemos partir de dos preguntas básicas: a qué se llama amor desde el punto de vista de la neurociencia y qué relación tiene el amor con el instinto básico de supervivencia, el cual deriva en la sexualidad y la reproducción.

La relación entre el amor y la sexualidad se complejiza profundamente en los seres humanos en comparación con otros animales. En los más primitivos es notoria una sexualidad relacionada exclusivamente con la función reproductiva, pero en formas más desarrolladas, como los monos, pueden observarse procesos afectivos no tan rudimentarios (como los enfrentamientos entre machos para liderar el manejo de un grupo).

Una de las una estructuras que se asocia corrientemente con la emoción es el núcleo amigdalino, que es un conjunto de neuronas primitivas que se encuentran debajo de la corteza desde el punto de vista evolutivo. Esta estructura es conocida por su relación con la memoria afectiva, pero también con el descubrimiento de lo desconocido, ya que esto último es lo que nos produce el estado de alerta y activación de los sistemas adrenérgicos (que conlleva un aumento de la frecuencia tanto cardíaca como respiratoria), así como también un incremento de la sangre enviada a nuestros músculos. Si bien esto nos proporciona una preparación para la lucha, también lo hace ante un eventual encuentro con una pareja.

 

Zonas de recompensa

Joshep LeDoux, de la Universidad de New York, descubrió a través de imágenes funcionales cerebrales que la amígdala se entera antes que nuestra conciencia (corteza) de los acontecimientos emocionales sensoriales, sea este episodio agradable o desagradable; es decir, sabe de antemano las emociones positivas o negativas que luego se graban en nuestro cerebro y que quedan como una experiencia aprendida.

Sin embargo, no puede decirse que solo la amígdala esté relacionada con el amor, ya que existen otras partes del cerebro relacionadas con la sexualidad conocidas como zonas anatómicas del sistema límbico, que plantearon la importancia de ciertas funciones en el deseo sexual. Se sabe que al estimular el área llamada "septal" (núcleo accumbens) aumenta la sexualidad en los animales. A este sector se lo ha revalorizado actualmente, pues no solo se lo relaciona con la sexualidad sino también con la satisfacción que produce un evento en sí. Es así como el juego, las adicciones y la sexualidad comparten zonas de recompensa en donde el accumbens es un núcleo clave.

Stephanie Ortigue, profesora de la Universidad de Syracuse, plantea que el amor puede provocar una respuesta eufórica parecida a las que generan las drogas ilícitas en el cerebro. En un artículo escrito en el Journal of Sexual Medicine, Ortigue describe que se activan doce áreas cerebrales, muchas básicas y otras complejas cogntivas, para liberar neurotransmisores y/o hormonas como la oxitocina, la dopamina y la adrenalina.

En todo el cerebro hay además un idioma del sistema nervioso constituido por sustancias como la dopamina. Esta sustancia se asocia con el deseo normal, pero cuando se aplica puede producir un aumento de la sexualidad y de las compulsiones. Debemos saber también que la sexualidad está condicionada en el ser humano por la función racional y otras zonas corticales cerebrales que la controlan. Así, existen zonas del lóbulo prefrontal (corteza orbitaria) que son francamente inhibitorias de la conducta amatoria y su lesión hace que se presenten conductas interpersonales patológicas.

Por último, no se puede debatir sobre el amor sin hablar acerca de la infidelidad. En un estudio realizado con dos tipos de ratones se vio que los de pradera eran fieles a una sola pareja durante toda su vida y los de montaña eran infieles y mantienen relaciones múltiples. Se observó una clara relación con dos hormonas (la vasopresina y oxitocina) en el estudio de la fidelidad ratonil, lo cual suma un interesante indicador biológico pero inmerso en múltiples situaciones culturales y sociales que se agregan a la conducta intersubjetiva humana.

El amor se encuentra entonces entre dos grandes vectores opuestos que son la razón (corteza) y la emoción (subcorteza). En esta lucha es en donde se encuentran nuestros pensamientos y nuestro alter ego emocional, que a veces nos enamora correctamente, pero a veces también lo hace de la persona equivocada.

* Neurocientífico y profesor. Decano de la Facultad de Ciencias Médicas (UBA). PhD en Medicina y en Filosofía. Director de Alzheimer Argentina

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