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Cinco grandes películas "basadas en hechos reales" para disfrutar en HBO Max

Muchos grandes cineastas utilizan historias reales para contar su propia visión del mundo. En esta selección de cinco películas de HBO Max sucede exactamente eso: la realidad provee del mejor material posible a la mejor ficción posible. Pasen y vean.

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Hay que recordar siepre que hasta el más preciso documental es una especie de ficción. Todo el material en el cine está manipulado para lograr cierto efecto o ilustrar una idea, más allá de que el espectador la tome o no. Dicho esto, muchas de las mejores historias que pueden verse en la pantalla provienen directamente de hechos reales, cosas que pasaron fuera de las salas. Que se adornen o se exageren, que se filmen de tal o cual manera, o que sirvan para ficciones que recuerdan el hecho sucede porque lo que importa es la verdad que surge de pensar un hecho (y la pantalla grande sirve pues de lupa) antes que la fidelidad canina. Aquí van cinco ejemplos de cómo "la realidad" genera grandes obras, todas en la grilla de (ahora llamado otra vez) HBO Max.

Buenos Muchachos está en el top ten de Martin Scorsese, lo que básicamente es lo mismo que decir en el top del cine (sea el número que quiera para ese "top"). Ilustra la historia real de Henry Hill (aquí Ray Liotta), un muchacho criado e integrado a una familia mafiosa en un suburbio neoyorquino, que pasó gran parte de su vida ejerciendo como hampón, hasta convertirse luego en un soplón para el FBI. Pero lo que importa es menos esa "realidad" que la manera como Scorsese muestra la historia de una comunidad con sus propias jerarquías y rituales (algunos sangrientos), con su propia justicia, sus reyes y sus bufones, funcionando debajo del universo "normal" de la democracia liberal. Nunca es totalmente trágica, nunca es totalmente cómica, y siempre deja al espectador en un estado de inquietud difícil de eludir. Se come la película, casi literalmente, Joe Pesci, que se llevó el Oscar por este trabajo.

Elefante, de Gus Van Sant, le valió al autor de Mi mundo privado y Todo por un sueño la Palma de Oro en Cannes. Basada sobre una tragedia juvenil (el asesinato masivo de estudiantes en la secundaria de Columbine en 1999) es una película hipnótica. La cámara sigue en largos planos secuencia a los que luego serán víctimas y victimarios, los espía, muestra sus costumbres, sus pequeños rituales, sus triunfos y miserias, sin -jamás- realizar un juicio sobre ellos. Parece en parte un documental por la ausencia de "actuación" en sentido estricto. Pero poco a poco esa sucesión de secuencias deriva en una tragedia sangrienta narrada con crudeza sin subrayados. Queda al espectador la tarea de unir las piezas y comprender por qué ha sucedido lo que sucedió. La película es el "Lado B" de la exploración sobre el mundo adolescente que es marca en el orillo en la obra del autor.

Saturday Night no sólo es una de las mejores películas -lejos- de 2024, sino también una que nadie quiso estrenar aquí. Cuenta, casi en tiempo real, las horas previas a la primera salida al aire, hace medio siglo, del programa cómico que lo cambió todo, Saturday Night Live. Más allá de que aparecen dobles de Chevy Chase, Dan Ayckroyd, Gilda Radner o John Belushi, el ritmo frenético de todo lo que pasa a la vez (ensayos que no van a ninguna parte, dificultades técnicas, público ausente, imposibilidad de explicar de qué va ese show condenado por los ejecutivos al fracaso), es también un paisaje de época. Responde -y esta cuestión es importante para los adocenados y pusilánimes días en los que vivimos- por qué entonces fue posible reírse de todo y hoy no podemos reírnos de nada. Sí, también es muy cómica. La dirigió Jason Reitman, hijo de Ivan, el creador de Cazafantasmas y, por años, miembro "no oficial" de SNL.

De David Fincher hay dos. Una es Zodiac, que relata la búsqueda del "Asesino del Zodíaco" en los primeros setenta y es su obra maestra, y otra, la que recomendamos hoy, La red social, que cuenta cómo se creó Facebook y cómo Mark Zuckerberg se convirtió en un mega millonario. No sólo es un filme perfecto por su ritmo y su rigor histórico (y el cast, claro: Jesse Eisenberg, Rooney Mara, Andrew Garfield, Justin Timberlake, entre otros) sino porque Fincher encuentra, gracias al guión de Aaron Sorkin, una historia casi metafísica detrás. Una película que culmina con la frase "todo mito de la Creación necesita un Lucifer" no puede jamás ser menos que muy buena. El final ilustra aquello de "de qué vale a un hombre ganar el Mundo si pierde su alma" y no es nada forzado. Por cierto, los diálogos que Sorkin pone en boca de Eisenberg son verdaderos cuchillos lanzados desde la pantalla.

Y terminemos con El primer hombre en la Luna, película de Damien Chazelle (La La Land) que cuenta la historia de Neil Armstrong, el sujeto del título. Hay algo magistral en la película, más allá de la muy buena interpretación -por momentos conmovedora- de Ryan Gosling, y es el hecho de reproducir lo precario de esas latitas de gaseosa que arrojaban al espacio vacío; lo duro que era el entrenamiento; cómo por llegar a la Luna se perdían vidas y aún así esos primeros astronautas seguían intentándolo. Es cierto que además Chazelle le impone a "su" Armstrong un deseo familiar, la necesidad de curar un dolor infinito que atraviesa la película de principio a fin. Pero más allá de que eso acerca la película a un melodrama psicoanalítico, lo que hace Gosling lo convierte en otra cosa, en un deseo genuino, un mandato imperioso. Sin abusar de los efectos especiales (aparecen donde deben y porque deben, y son perfectos), es un buen ejemplo para utilizar lo real para contar otra cosa más universal, incluso más bella.

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