Festival de Cannes: suben las apuestas sobre quién se llevará la Palma de Oro
En general las comedias no se llevan los premios mayores aunque el año pasado, Anora, de Sean Baker, fue la excepción
Ya se ha hecho referencia a Two prosecutors, de Sergei Loznitsa y The sound of falling, de, cuya premier tuvo lugar en el primer día de esta 78° edición del Festival Internacional de Cine de Cannes con muy buena recepción, y se mantienen como candidatas. Nunca se sabe realmente, se trata de teorías y especulaciones, ya que todo de penderá –en definitiva- de cómo se pongan de acuerdo las nueve subjetividades del jurado presidido por Juliette Binoche. Sin embargo, ese es el juego: intentar prever, imaginar, “apostar”…
Nouvelle vague, del prolífico y multifacético Richard Linklater (que este año ya había presentado otra gran película en la Berlinale, Blue moon, cosa poco habitual, en este momento sólo recuerdo el japonés Ryusuke Hamaguchi que hizo el mismo recorrido en 2021 con La rueda de la fortuna y la fantasía y Drive my car).
En Nouvelle vague el creador de Antes del amanecer y Boyhood se acerca, en tono de comedia, al proceso de creación y filmación de la icónica obra maestra Sin aliento, de Jean-Luc Godard. Se trata de una de esas películas que todos disfrutan. Amorosa, cinéfila, inteligente y divertida. Profunda y ligera al mismo tiempo.
Sin embargo, nadie apuesta demasiado a algún premio. Un poco porque en general las comedias no se llevan los premios mayores (el año pasado, Anora, de Sean Baker, fue la excepción) y otro poco porque el director estadounidense se mete con una vaca sagrada de la cultura (local y global), con mucho respeto y cariño, pero sin intentar en modo alguno ser literal o pretender una representación de los personajes que pretenda cierta mímesis (maquillaje, apliques, afectación, que tanto gustan al cine de Hollywood).
Es muy atinado lo que hace al presentar los personajes principales pero también los secundarios y hasta quienes de hecho casi son “extras” (sólo aparecen en ese momento, o poco más): simplemente los encuadra, como en una foto, y aparece en pantalla su nombre y apellido.
Para el cinéfilo la constatación de la concentración de grandes figuras de la historia del cine es emocionante (como seguro lo fue para Linklater), pero se evita ese horrible juego/desafío de hacer guiños al espectador formado para que adivine quién es el personaje retratado (el mecanismo demagógico de Medianoche en Paris, de Woody Allen).
La otra que, por motivos cinematográficos pero también extracinematográficos tiene los quilates como para aspirar a algún premio importante es Un simple accidente, de Jafar Panahi. Estamos frente a un autor que siempre ha sabido dar cuenta de su mundo, aún frente a la persecución, el encierro y la censura (This is not a film, que –según dice la leyenda- llegó a Cannes en un pendrive dentro de una torta para poder salir de Irán, es el claro ejemplo de todo ello).
La película estrenada en Cannes tiene, como siempre, cierto humor nacido del disparate del contexto. El nivel de paranoia y persecución llevan a los personajes a adoptar conductas que, para quienes estamos fuera de ese contexto, resultan ciertamente extravagantes. Así, más allá de la conciencia política y la indignación que generan, no dejan de funcionar –a su modo- con cierto aire de comedia.
La acción comienza con una familia (padre, madre embarazada e hija) en un auto (todo un tópico del cine iraní) que tienen un accidente en la ruta y deben ir a un mecánico. En el taller, uno de los trabajadores cree reconocer en el inesperado cliente al policía secreto que lo interrogó y torturó en el pasado. ¿Es él realmente? No cabe adelantar más de la trama, pero el dilema moral que plantea el también director de El globo blanco (1995), El espejo (1997) y El círculo (2000) pareciera ser ¿es asesino o torturador quien quiere o quien puede?
Por último, la película que a entender de quien escribe estas líneas debería llevarse el premio mayor, la Palma de Oro (al menos hasta ahora, ya que hasta el último día se estrenan películas nuevas). Me refiero a El agente secreto, de Kleber Mendonca filho (Bacurau, Aquarius, O som ao redor).
La acción transcurre en 1977, cuando el protagonista intenta refugiarse en Recife durante la semana de carnaval. El contexto de la violencia y la persecución política no se abordan desde la perspectiva de un film de denuncia, sino desde una dinámica que se acerca más al policial o al de las películas de espionaje.
La reconstrucción del espíritu de una época (y su contraste con el presente), la música y la cinefilia (parte de la acción sucede en el cine San Luis, ya retratado por el director en la hermosa Retratos fantasmas, que en Argentina pudo verse en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata) conforman un entramado tan personal como desafiante. La pintura de la cultura de un país, la reconstrucción y la lectura sobre esa época tan conflictiva escapan de lo que la mirada europea espera en las obras latinoamericanas. Ágil, violenta, amorosa, entretenida y política (pero sin bajar línea), un galardón relevante sería buena señal por parte de un festival que en cada edición deja menos lugar para el cine de nuestras latitudes.