Luis Ortega sorprendió en Venecia con El Jockey
La nueva película del director de 'El Ángel' recibió un caluroso aplauso de varios minutos al finalizar la proyección oficial del film presentado en la Competencia Oficial del Festival de Venecia
La noche es especial: la del primer día tras la apertura del festival, en el horario central de las diez de la noche. Y esa noche, ayer, la Sala Grande del Casino de Venecia se vio colmada para presenciar la premier mundial de El Jockey (Kill the jockey, según el título internacional), última película del prolífico realizador argentino Luis Ortega. Autor de dilatada carrera, su inclusión en la prestigiosa Competencia Oficial del festival de cine más antiguo del mundo aparece como un verdadero acto de justicia.
Luis Ortega viene construyendo una carrera muy personal desde Caja negra (2002), en la que las subsiguientes Monobloc, Los santos sucios, Verano maldito, Dromómanos y Lulú, nos hablaban de una búsqueda por fuera de los márgenes habituales del cine más adocenado. Su paso por las series Historia de un clan y El marginal y la muy exitosa El ángel, demostraron que el director podía encarar producciones más ambiciosas y apuntar al gran público sin renunciar para eso a su mirada, a lo que constituye la esencia de su cine.
Ortega cuenta esta vez (como en Lulú, de 2014) con la presencia magnética de quien para quien escribe estas líneas es el mejor actor contemporáneo (y punto, no sólo argentino): Nahuel Pérez Biscayart. Este artista único trasciende los géneros e idiomas, las fronteras y hasta las leyes de la física; es capaz de transformarse dentro del plano y, sí, literalmente desaparecer si hace falta (como lo hacía en la muy lograda El prófugo, de Natalia Meta). Junto a él encontramos a la española Úrsula Corberó (reconocida por su paso por la serie La casa de papel), el mexicano Daniel Giménez Cacho (que trabajó para Lucrecia Martel en Zama) y la chilena Mariana Di Girolamo (protagonista de Ema, dirigida por Pablo Larraín que este año presenta aquí María).
A los citados se suman Daniel Fanego, Osmar Núñez y Roberto Carnaghi (figuras que conforman un trío único, que merecería una película propia) y Luis Ziembrowski, Jorge Prado, Roly Serrano y Adriana Aguirre (que compone una mujer “mística” muy alejada del rol en el que habitualmente vemos a la vedette y actriz).
Difícil poner en palabras la propuesta de esta coproducción entre Argentina, México, España y Dinamarca. En el catálogo de la Mostra se ensaya la siguiente sinopsis: “Remo Manfredini es un jockey legendario, pero su comportamiento autodestructivo empieza a eclipsar su talento y a amenazar la relación con su novia Abril. El día de la carrera más importante de su carrera, que le librará de las deudas de su jefe mafioso, Sirena, sufre un grave accidente, desaparece del hospital y vaga por las calles de Buenos Aires. Libre de su identidad, empieza a descubrir quién está realmente destinado a ser. Pero Sirena quiere encontrarlo, vivo o muerto”.
El resumen puede ser adecuado, pero no refleja una búsqueda que excede al arco narrativo que propone el guión. Ortega construye un imaginario en el cual el mundo hípico, los excesos y las conductas mafiosas conforman el marco en el que lo que subyace es un viaje sensorial y sensible, de reflexión y autoconocimiento. La factura y equilibrio de las imágenes, el sinsentido (real o aparente) y una perfecta banda de sonido provocan una ensoñación en la que no es necesario unir todas las piezas de un rompecabezas posiblemente incompleto. Como podía esperarse de una propuesta radical y arriesgada, la sensación térmica en la proyección para la prensa de la mañana previa fue incluso más acogedora que la le brindó la premier formal. Y eso que los aplausos y reconocimientos también allí fueron evidentes.
Fernando E. Juan Lima
@fejlima
Desde Venecia