Clásicos épicos del cine criminal para repasar en Netflix
Sí, vamos a recomendar algunas películas híper, archi, recontra conocidas. Pero lo que importa es por qué lo hacemos: representan un mapa perfecto de la relación entre la organización criminal y la política, los negocios y el Estado. Todas, para ver en Netflix. Para ver con chaleco antibalas.
Alguna vez dijimos en este espacio que hay una diferencia sustancial entre el cine "policial" y el "criminal". El primero se refiere a un crimen o misterio a resolver, lo que implica un procedimiento policial (sea quien lo lleve a cabo un empleado de la ley o un privado). Pero lo que más abunda es el cine criminal, aquel que toma como punto de vista dominante el de los que se colocan al margen o en contra de la Ley. Es muy interesante porque eso implica varias cosas. En primer lugar, la capacidad que le provee al espectador de ubicarse en un lugar moral y ético en el que no se atrevería a estar y comprenderlo (no necesariamente justificarlo). En segundo, porque permite ver también cuál es el entorno social, el malestar que provee al criminal de la oportunidad de existir. Y en tercero, porque es divertido y complejo al mismo tiempo. En Netflix aparecen algunas de las películas clave para entender el fenómeno, películas que seguro conocen pero vamos a tratar de recomendar con una vuelta de tuerca.
El Padrino es de esas películas que ama todo el mundo. Las razones son muchas, pero quizás la densidad de una novela épica sobre una familia sea lo más importante. Sin embargo, es cine criminal y no es una película contra la mafia, casi al contrario. Lo que narra es cómo funciona -y cómo se pervierte- una especie de gobierno debajo del gobierno, hecho para quienes no obtienen justicia de parte de la ley "formal" (en este caso, cabe pensar que porque son inmigrantes o hijos de inmigrantes). El crimen surge entronces como una consecuencia de la marginalidad a la que se lleva a quienes no se integran a una sociedad no pensada para ellos. Pero la película transcurre en el momento en que aquel nacimiento "necesario" hoy ya no lo es y la corrupción transforma la mafia -con sus justicias brutales y primitivas- en socia de la corrupción estatal. Hay que verla varias veces (qué placer, por lo demás) para captar estas sutilezas. La tragedia de Vito y Michael Corleone es tratar de limpiar a "la familia" del elemento criminal e integrarse a la sociedad. Un poco el tema de todas las películas de Francis Ford Coppola, la familia.
Luego tenemos Scarface, de Brian De Palma. Que, si bien es sobre cierta mafia (la de los latinos en Miami) y además es una remake -la original de Howard Hawks se inspiraba en Al Capone-, cambia muchas cosas. En primer lugar, el Estado es mucho más corrupto que los criminales. En el segundo, el criminal es el chivo expiatorio de la sociedad (el gran monólogo de "miren al malo", escena cumbre de Al Pacino, lo dice todo). En tercero, los criminales mueren en su propia ley, sobre todo Tony Montana, que mata y se venga de los que comparten su código ético -y por no quebrarlo encuentra su final trágico. En cierto sentido, en medio de la era Reagan de hipocresía, recesión y crecimiento del individualismo, Tony Montana es una especie de héroe, o al menos una figura a contramano de la sociedad cuya existencia le recuerda sus taras.
En El Irlandés, la mafia y el mundo de la política se cruzan de un modo mucho más preciso. Se basa en la autobiografía del tipo que dice haber matado a Jimmy Hoffa, el líder sindical de los camioneros en los Estados Unidos. Lo más interesante de esta película de Martin Scorsese es que el punto de vista es el del asesino, un tipo simplón que no comprende las sutilezas diplomáticas que se tejen entre el poder "visible" (los sindicatos) y el poder "invisible" (la mafia), sino que simplemente actúa. Esa mirada es un acierto porque disuelve cualquier juicio moral sobre los personajes para que queden simplemente sus acciones, sus aciertos y fracasos, sus dobleces. Más allá de ver a Pacino, Pesci, De Niro y Keitel juntos y de que el maquillaje digital es bastante flojo en muchos momentos, la mirada sobre el lugar que ocupa lo criminal en el mundo no deja de ser casi documental.
Y hablando de De Niro y Pacino, más allá de ser rivales actorales y amigos de años (ambos además unidos -con Meryl Strep- por la relación que sostuvieron con John Cazale), se encontraron por primera vez cara a cara en Fuego contra fuego, probablemente la mejor película de Michael Mann. La historia de un ladrón extraordinario que maneja como un ejército y una empresa su banda de asaltantes de bancos (y que tiene una ética, incluso una moral, una vida de relaciones, empatía con los suyos) y un detective obsesionado por detenerlo (y que poco a poco deja caer toda barrera moral y ética para cumplir con su cometido) es épica en el sentido literal del término: una auténtica guerra subterránea entre el crimen y el orden, donde se borran las referencias y el espectador no sabe si elegir el primero -pero con simpatía humana- o el segundo -pero sin escrúpulos. De paso, los asaltos son extraordinarios.
Y para distender de tanto drama, Dos tipos duros, de Shane Black. Por momentos, con una comicidad propia de Buster Keaton o Laurel y Hardy, Russell Crowe y Ryan Gosling salen a investigar un crimen en el mundo del porno y se encuentran con una conspiración comercial y política que envuelve a los fabricantes de autos de Detroit. Lo que muestra, con mucho humor, que el crimen y los negocios suelen ir de la mano. Bueno, nada que no sepamos, pero al menos en estas películas podemos sentir algo de felicidad.