Nos ataca el veneno del facilismo
Actualmente existe una actitud de desprecio por el esfuerzo
El colombiano Estanislao Zuleta solía decir: "La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por lo tanto, también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrimiento. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes".
A lo largo de la historia (desde el fuego y la rueda) se buscó la forma de poder facilitar los procesos, pasando de la superación de las dificultades a una masificación del facilismo. Se consiguió minimizar el esfuerzo para realizar muchas actividades cotidianas que antes exigían más energía y mayor tiempo. La vida, sin dudas, es ahora más rápida y exige menos inversión de energía física, pero no es necesariamente más fácil. Hemos complejizado la existencia hasta el extremo e, ilusamente, hemos instaurado el facilismo como medio para enfrentar la complejidad.
La revolución industrial y la maravilla informática terminaron simplificando muchas tareas cotidianas, aunque en esencia no se orientaban a ello. Así, el principio de que todo funcione fácilmente se fue filtrando en nuestra conciencia. Se trata de hacernos creer que lo fácil y lo rápido son atributos deseables y que lo complejo y lento es sinónimo de defecto. De ese modo, se extiende una actitud de desprecio por el esfuerzo y se construye un falso ideal: eliminar los problemas. Muchos imaginan que de verdad existe una vida sin dificultades, un mundo sin obstáculos. Nos hemos vuelto un poco haraganes.
En ese marco, reinan la imagen de los espacios confortables, la ley del menor esfuerzo, las relaciones superficiales, las caretas que maquillan conflictos y las soluciones tanto mágicas como definitivas. Los valores que sustenta nuestra cultura nos conducen directamente a un callejón sin salida: el de la inmadurez, la evasión, el debilitamiento crónico, la frustración y la amargura. Muchos buscan lo imposible: no se deja un hábito sin fuerza de voluntad, no se alivia una depresión solo con pastillas, no hay amor verdadero que no sea difícil, la plata no llega sin pagarla con trabajo o con sufrimiento. Triunfa el ámbito tibio de la mediocridad y nos ataca el veneno del facilismo.
Desde el punto de vista psicológico, el facilismo puede tener dos caras. Por un lado, es una respuesta defensiva ante un cúmulo de problemáticas que no se pueden resolver. Por otro, se trata de una actitud infantil, en la que el individuo desea permanecer en una condición que no le exija compromisos, esfuerzos o responsabilidades. No se comprende ni se admite que es precisamente la existencia de la dificultad lo que le permite a una persona y a la humanidad misma buscar, encontrar y evolucionar.
En vez de desear una sociedad en la que sea necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción. Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros un grado de superación ni nos pone en cuestión o nos obliga a desplegar nuestras posibilidades. Dostoyevski afirmaba que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor por las cadenas.
Es urgente valorar la dificultad, amarla, desearla como quien anhela un entrañable maestro. Asumir el costo de ser verdaderos creadores. Pedir amores reales, difíciles, exigentes, diferentes, donde no existan cadenas, amos ni certezas y que nos sitúen a la altura de las conquistas de la humanidad.
"Un sabio y su discípulo, al llegar a una aldea, se sorprendieron al ver que los habitantes tenían solo una vaca para alimentarse. La leche de esa vaca era todo lo que tenían para comer, por lo que les faltaban vitaminas y proteínas. El discípulo le preguntó a su maestro cómo podían ayudarlos, tras lo cual el maestro le ordenó que matara a la vaca.
¿Cómo quiere que mate a la vaca? Es lo único que tienen, morirán de hambre, dijo el discípulo. Es lo único que tienen, pero no es suficiente. Mata a la vaca, le volvió a ordenar el maestro.
El discípulo obedeció y los dos continuaron con su camino.
Un año después volvieron a pasar por la aldea. Cuando llegaron, el joven discípulo se quedó sin palabras. Se había convertido en un pueblo sano y feliz. Se acercó a uno de los aldeanos y le preguntó qué había sucedido.
Cuando vimos que nuestra vaca estaba muerta nos dimos cuenta de que ya no podríamos vivir nunca más de su leche, entonces decidimos buscar una solución. Descubrimos que nuestras tierras eran de las más fértiles de la zona, sembramos trigo y pudimos comer una parte de la producción y vender el resto. Con ese dinero pudimos comprar más animales y ahora cultivamos la tierra y criamos animales para poder comer carne y verdura. Vivimos mejor que nunca", le respondió el aldeano
A veces estamos tan acostumbrados a lo que tenemos que no nos damos cuenta de que nuestros sueños y nuestra felicidad están al alcance de nuestra mano".