DESDE ADENTRO

El fracaso es un moretón, no un tatuaje

La satisfacción debe radicar en el esfuerzo, no en el logro

agodino

La sensación de fracaso es una de las más limitantes a la hora de retomar proyectos y tomar iniciativas. La sensación de fracaso suele ser intensa, vital, dolorosa y, en ocasiones, beneficiosa para el desarrollo personal. Con el fracaso se sufre, pero de él se aprenden muchas cosas si esta experiencia se afronta con decisión, valentía y voluntad de superación.

Decía Henry Ford que el verdadero fracaso es aquel del que no aprendemos nada. En este sentido, uno de los automatismos que se pueden derivar de la conciencia del error es el autocastigo. Nos culpabilizamos en lo más profundo de nosotros mismos, mientras afuera aparentemente reina el silencio. Guardamos el fracaso en privado, como si esa herida no fuera a cerrar nunca.

Grandes pensadores, filántropos y triunfadores le han dado la vuelta al sentido de fracasar, y nos muestran cómo, en sus vidas, el fracaso fue solo un moretón, no un tatuaje. Está bien celebrar el éxito, pero hay algo que puede convertirse en fuente de sabiduría: el silencio. Las personalidades fuertes y maduras se caracterizan por poner en marcha todos sus mecanismos de defensa y superar de forma positiva el contratiempo. Las personalidades más débiles e inseguras suelen venirse abajo ante escollos relativamente pequeños. Necesitan mucho más apoyo del exterior para superarlos.

El énfasis del fracaso como debilidad, mal hacer o culpabilidad es una construcción creada por la ansiedad de obtener unos resultados; resultados que, paradójicamente, muchas veces no son posibles sin esos fracasos previos. Como, al parecer, los errores son tan molestos a ojos de esta perfeccionista e irrealista sociedad, siguiendo el eco de su mensaje tratamos de eliminarlos de nuestros escaparates a base de mentiras, que por repetición, llegamos finalmente a interiorizar.

Es normal que a nadie le guste sentirse frustrado o fracasado. Sin embargo, la vida no es perfecta. Nuestras vidas se mueven en torno a infinitos tonos de grises. Raramente son blancas o negras, perfectas o nefastas. Yo creo que debe salir el sol todos los días, pero no creo que deba hacer siempre buen tiempo. Fracasar es el condimento que da al éxito su sabor. Nunca vemos los fallos que tuvo el que ahora está en la cima. Parece ser que el brillo de lo que se consigue sin esfuerzo se ha metido tan dentro de nosotros que nos hemos creído merecedores de toda victoria sin tan siquiera haberlo intentado antes.

El resultado es importante, pero en muchas ocasiones poco importa si no estamos contentos con todo el esfuerzo realizado. La satisfacción debe radicar en el esfuerzo, no en el logro. Un esfuerzo total es una victoria completa. La mayoría de las grandes personas han alcanzado su mayor éxito solo un paso más allá de su mayor fracaso. Tan paradójico como real.

"Un aspecto esencial de la creatividad es no tener miedo a fracasar. El éxito se logra a menudo por aquellos que no saben que el fracaso es inevitable" dijo Edwin Land. Fracasar sólo es una oportunidad para comenzar de nuevo de forma más inteligente. Tenemos cuarenta millones de razones para el fracaso, pero ni una sola excusa.

Llegamos al conocimiento a través de la experiencia diaria que nos dan los caminos ya transitados. Los mejores cuadros, los mejores versos, las mejores canciones y nuestros mayores logros no florecieron en un día; necesitaron de años de constancia para ver la luz, de realizar intentos que no terminaron en nada. Es importante no caer en el síndrome del fracasado: esa sensación permanente de haber fallado, de no haber logrado nada. Este síndrome afecta al pasado, al presente y permanece en el futuro. Y así el fracaso se convierte en tatuaje.

"Un día, Nasrudin tomó un huevo y lo envolvió en un pañuelo. Se dirigió a la plaza del pueblo y comenzó a gritar: -Hoy les propongo a todos un juego. El que adivine qué llevo en este pañuelo, se llevará de premio el huevo que esconde.

Todos se miraron asombrados. No podía ser que les estuviera diciendo lo que escondía el pañueloà seguramente sería un anzuelo para que cayeran en la trampa. Nasrudin, ante el silencio de todos, comenzó a dar más pistas: -Venga, no sean tímidos. Deben adivinar qué hay bajo el pañueloà algo que tiene una yema amarilla. Está rodeada de un líquido del color de la clara y envuelto en un cascarón frágil que se rompe con mucha facilidad.

De nuevo era demasiado evidente. Todos se miraban sin atreverse a decir nada. Y Nasrudin siguió gritando: -Lo que escondo en el pañuelo es símbolo de fertilidad, y nos recuerda a las aves regresando a sus nidos.

A todos les parecía tan evidente, que ninguno se atrevía a decirlo. íEra demasiado obvio! Nasrudin volvió a preguntar dos veces más, y como nadie se atrevía a decir nada, sacó el huevo del pañuelo y se lo mostró a todos. Después, les dijo: -Todos conocían la respuesta y nadie se atrevió a decir nada. Es la cobardía, que nos impide arriesgarnos. Solo hay una cosa que frena nuestros sueños: el miedo al fracaso."

Esta nota habla de: