Récord de migrantes detenidos en la frontera de Estados Unidos
La zona fue declarada como "estado de desastre". La mayoría de los migrantes llegan a pie de a miles desde Centroamérica. Joe Biden no encuentra soluciones
Miles de cintas de colores adornan los alambres de púa de Eagle Pass, en Texas, Estados Unidos, que dividen la ciudad del río. Allí viven casi 30.000 personas, que todos los días ven pasar cientos de oficiales de la Guarda Nacional. Quienes llegan suspiran de alivio, miran al cielo y dan gracias. Pero no es estética. No es seguridad. Mucho menos es tranquilidad. Eagle Pass sufre un "estado de desastre" por los miles de inmigrantes que todos los días intentan entrar en el país.
La ciudad es la representante perfecta de lo que sucede todos los días en los más de 3.200 kilómetros de frontera que dividen México de Estados Unidos: hombres, mujeres y niños hacen lo imposible para escapar de Centroamérica y buscar un futuro mejor en tierras estadounidenses.
Solo en agosto, 93.000 personas fueron detenidas por la Patrulla Fronteriza cuando intentaba entrar en Estados Unidos, un 82% más que en junio de este año, informó LA Times. Los cruces fronterizos van camino de alcanzar el máximo en dos décadas.
La crisis migratoria, que el presidente Joe Biden intenta no mostrar demasiado, ya no solo preocupa a los pueblos y ciudades que la viven en carne propia, sino también a referentes demócratas que antes apoyaban al gobierno actual.
Inmigrantes desesperados y respuestas insuficientesUn gran número de personas en la frontera con Eahle Pass son venezolanas. Es el caso de Litbirhec Correa, de 21 años, que cruzó el río con sus dos hijos pese a las advertencias de que la corriente era fuerte y obligó a la Guardia Nacional de Texas a cortar el alambre de púas para entrar. “Caminamos durante dos días. Lo único que teníamos para comer eran galletitas saladas. Debemos agradecer a Dios”, celebró la orinuda de Maracay al pisar tierras norteamericanas.
Como ella, muchas familias logran aberturas en los alambrados para entrar. "Dicen que es más fácil entrar con niños", le dijo al LA Times Francys Lira, que llegó acompañada de su hijo de 14 años. Por orden judicial, el gobierno estadounidense no puede detener a familias con niños durante más de 20 días.
Otros aprovechan las aberturas para pasar. “Escuchamos familiares y amigos que la vida es mejor aquí, así que decidimos venir también. ¿Qué futuro tenemos en nuestro país?”, contó Maxina Cereño, de 57 años, tras tirar sus mochilas por sobre el laberinto de púas y arrastrase por un agujero en el alambrado junto a otras 11 personas de Puerto Cabello, Venezuela.
El alambre de púas no sirve, porque cuando no lo abren los policías, los inmigrantes ponen mantas y los cruzan igual. Muchas veces llegan ensangrentados al otro lado. Tampoco funciona el "muro de acero" —una hilera de contenedores— río arriba o la línea de boyas naranjas del tamaño de bolas de demolición colocadas en medio del Río Grande.
Números en aumentoEn julio, 11.000 venezolanos fueron detenidos por Estados Unidos, mientras que en agosto fueron 22.000. Aunque no hay cifras oficiales, se estima que las detenciones de inmigrantes en septiembre son aún más que las de agosto. Solo en los últimos días hubo 8.000 detenidos. Muchos son liberados mientras esperan que los jueces consideren sus solicitudes de asilo.
Rolando Salinas, alcalde demócrata de Eagle Pass, declaró recientemente un “estado de desastre”, y lamentó en Facebook que la ciudad fronteriza haya sido “abandonada” por la administración Biden. El presidente norteamericano no solo enfrenta las clásicas críticas de la oposición por su enfoque migratorio más laxo que Donald Trump, sino que ahora también algunos demócratas lo critican porque sus comunidades no pueden mantener a los recién llegados.
Eagle Pass pone a los inmigrantes en un centro improvisado, lejos de la ciudad. De allí son trasladados a refugios o centros de detención. Junto a El Paso, Nueva York, Washington, Chicago y Los Ángeles, Eagle Pass es una de las “ciudades santuario autodeclaradas”, donde miles de inmigrantes esperan por una decisión. Desde marzo, 250.000 personas fueron expulsadas. Pero 472.000 venezolanos lograron un “estatus de protección temporal”, que les permite trabajar legalmente.
“Cada día, más personas parten hacia el Tapón del Darién, arriesgando sus vidas, arriesgando las vidas de sus hijos”, dijo María Garza, de 28 años, reunida con un grupo de jóvenes venezolanos en el lado mexicano del Río Grande que espera por hacer el cruce. En agosto, un récord de 80.000 personas, la mayoría venezolanos, cruzó ese cordón migratorio.
Llegar hasta allí es una odisea: muchos mueren en el camino, que incluye un tramo de 100 kilómetros de selva tropical, ríos de fuertes corrientes y piedras resbaladizas, caminatas bajo un sol abrasador y temperaturas de más de 35 grados, y hasta ladrones, policías corruptos, extorsionadores y secuestradores. Cruzar Río Grande es un desafío: la Patrulla lo impide, la corriente arrastra y el alambre frena.
Pisar tierra firme no es el final. Quedarse en Estados Unidos puede ser un sueño, pero también una pesadilla: muchos detenidos no pueden ser deportados fácilmente, porque Venezuela y Estados Unidos, por ejemplo, carecen de relaciones diplomáticas formales. Las soluciones no alcanzan, y los inmigrantes crecen al ritmo de la preocupación por una crisis que no tiene un final cercano.